miércoles, mayo 28, 2008

Aqui de nuevo Guatemala y Sra Rigoberta Menchu


From Arizona en “Voces del Sur” llega el sudor en canto de arados, la voz de mujeres y hombres de maíz, así la luz de las lechugas, son gentes que emergen del trigo.

Aquí de nuevo Guatemala y Sra. Menchu

Buen día Guatemala, Buen día Señora Rigoberta Menchu otra vez vengo con mis palabras a saludarles y poner allí junto a ustedes la opinión de un paisano; uno si que un día saliera a convivir con las gentes más pobres y olvidadas en nuestra América conquistada.

Esas gentes fueron una cantidad cuantiosa de aldeas, enclavadas en los lugares mas remotos de América, en cada uno de esos lugares aprendí a vivir el paso de los días, viendo como hombres y mujeres se pasaban ignorando las repercusiones de ser pobre y nativo.


Es un tum tum que camina conmigo; Camina si, como escondido en el eco de los recuerdos que se enseñan paisajes guardados en el canto de chirimiíllas y crepúsculos, que pintan el horizonte de la vida.

Desde tierras Patagónicas donde por meses aguante los fríos de los Andes, aguante los increíbles vientos Patagónicos, mas mi calefacción siempre fue algo que tuve, el tibio cariño de pueblos Indígenas que vieron mi llegada, como un viento que les contaba otros tristes sentimientos que se cultivaban en otros lejanos lugares, poblados por pura y neta sangre Americana.

Cuantos Mapuches, y Tehuelches, conoci en esas tierras de mas 673,000 kilómetros cuadrados, uno de los más largos desiertos de América. Fue el lugar donde en tierra del fuego, muchas noches me senté con ellos herederos de la sangre Ona, ( Indígenas Patagónicos) a tomar mate y escuchar la tristeza de la conquista tardía, pero sangrienta de los ya entonces Argentinos pero con ojos y alma de hambre: esos formaron el nuevo grupo de conquistadores de sangres de conquista, como lo fueron los Menéndez Veti, una inmensa compañía guardada en el silencio de las lejanías, de nombre Importadores y Explotadores de Tierra del Fuego.

Estos fueron desalmados que pagaban cantidades de dinero a cambio de las orejas de Indígenas y no digamos sus cabezas, y asi apropiarse de los miles de Kms. de tierra, que en los días de ahora apropian como un trofeo de conquista, ¿Conquista, de acecinar vilmente a esos hombres y mujeres de tez diferente? El ñandú lloro y emigro a las altitudes de los Andes.

En mi caminar por estas tierras de la gran Isla de Tierra del fuego, donde aquellos Onas quedaron extinguidos, recibí y entregue abrazos de los últimos palpitos que como herencia, queda en esas pampas Australes.

Hoy nuestra sangre la trasladamos al nombre de Shelknam y Haush, y hablamos dialectos diferentes, como el camino asi de una cultura un poco separada por las distancias que acá en la Patagonia, se pierden como una mirada que no alcanza.
Ahora que será pronto, cuando empieces el paso en el regreso de tu jornada, diles pues aquellos hermanos, lo que yo te debo decir hablo Martín: Cuenta a todos aquellos que viven lejos de nuestros ojos, diles quienes fueron los que robaron esa soledad, un palpito que siempre fue la pintura que llenaba la alegría de nuestros ojos.

Diles que esos fueron hombres que venían a conquistar el silencio y la vida de los Onas, gentes que solo adueñábamos trampas, y armas de casería, que es lo que siempre nos a dado el sustento del día.

Diles tambien que en ese entonces se puso el secreto en los vientos, para que nadie supiera del dolor que su martirio se congelaba en estas estancias de hielo y olvido. Ah pero eso sí: Nadie en Buenos Aires, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, y cuantas grandes ciudades mas, donde solo se ignoro nuestra existencia, nunca tubo nombre, ni un espacio en la lagrima del pariente ladino, que el hocico se llena de ser

Argentino, mas nunca fue aquel que lloro en el sufrimiento, la partida ingrata de su raza.

En ningún corazón se lloro la muerte que pinto la sangre de las matanzas.
Muchas veces he dicho el tener un morral, uno que siempre anduvo y anda pegado a mi hombro, es en el donde guardo todos mis recuerdos, muchos de ellos todavía húmedos de lagrimas que irrigaban mi mirada en el entonces de mi paso, por valles y altiplanos de esta larga tierra Americana.

Asi pues, que en el eco que todavía conservo de esos hermanos Indígenas desparramados en el olvido, un olvido que empieza a olvidarse, empezando a encontrar la luz del sendero que nos lleve al reflejo de aquel ayer, que hace nuestros sueños se miren en un espejo de alegría, amor y paz.


Sal Troccoli






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