From Arizona en “Voces del Sur” llega el sudor en canto de arados, la voz de mujeres y hombres de maíz, así la luz de las lechugas, son gentes que emergen del trigo.
El incansable ritmo de las olas tocó a la puerta de la madrugada, sinfonías de pájaros en el concierto de la despedida; ya que era mi partida a un viaje que me bestia con una camisa bordada con hilos de miedo.
Esta vez al despertar, dije adiós a todos aquellos Indígenas, que me permitieron conocer la cuna de sus costumbres, esa que viven y palpitan en los 46,530 Km. cuadrados que adueñan y encierra, las vastas selvas del Choco, en la parte oeste de Colombia y que colinda con las selvas y provincia Panameñas del mismo nombre, el Darien.
Estas regiones son pobladas de miles de especies de animales, que se adaptan a la humedad de largas lluvias tropicales, como extensiones de ríos y pantanos en estas tierras selváticas, paraíso de un majestuoso verde relacionado con todos los colores.
Estas gentes pobladoras de estas regiones fueron aguerridos dueños de la tierra, Cunas y Chocos repelieron la invasión de los conquistadores Españoles en el siglo 17, les hicieron sentir el sabor de la derrota por mas de una vez, ganando de esta manera la libertad única de la selva y mantener el derecho del jaguar, de caminar y dormir como único rey de sus dominios.
En este vasto territorio, algunas de las naciones capitalistas como lo son los Estados Unidos de América, han visto estas tierras con intenciones de ambiciones económicas, ya que por muchos años han vivido con la idea de construir otro canal, que una la inmensidad de los dos océanos Pacifico y Atlántico.
He hecho esta referencia, para que juntos tengamos la idea del lugar donde me encuentro, si abren su mapa de los países de Latino América, encontraran un pequeño lugar en la frontera Panamá Colombia, sobre la costa del pacifico y de nombre Punta Ardita.
Este fue el lugar donde forme el principio pues de mi despedida, ya que voy en busca de descubrir y conocer lo que nunca soné en mi estas bellezas que en el camino de los días, llegara a guardar en los archivos de mi memoria.
Cuanto de camino pregunte a Belén, un indígena famoso por sus travesías en la selva, 9 días de marcha despacio me respondió.
Después de casi once días de permanencia en esa comunidad Indígena Chocos, me alimentaron con un desayuno indescifrable a su sabor, de pescado frito con tortillas de yuca, preparándome un buen lonche para los caminos del destino.
Junto en mi partida se perdieron los cantos de las flautas, esas que bailaban los ojos de culebras y dormilones tecolotes.
Flautas que partían a cerrar los párpados de la selva, a cuidar el encanto de gentes que en su soledad y lejanía no querían ver, ni saber nada con humanos de corbata y pantalones de mezclilla.
El tiempo me dijo partiremos, y en sueños de humo y lentos preparativos organice mi partida, en una panga que empezó a deslizarse en las aguas del Rió Atrato, en un final que serian las costas del Caribe, lugar donde encontraría al Puerto de Obaldía.
En el fluvial camino del Rió Atrato, y su larga extensión de cientos de Kms y un descargue de agua al llegar al mar Caribe, en el Golfo Uraba de 175,000 pies cúbicos de agua por segundo.
Aquí empecé a desplazarme como una hoja navegando su destino, deslizando mis intenciones hacia un futuro, siempre caminando hacia el horizonte, era algo que desde niño ambicionaba a alcanzar, y solo con la intención de mi esperanza, buscaría el posible de conquistarlo. Siendo así que encerrado en esas ideas me acercaba a mi próxima llegada la cual seria Puerto Obaldía, lugar enclavado en la costa Caribeña, donde según supe existen cantos de mulatos, en el ritmo de tambores diferentes.
Y así: después de mi travesía, por esa soledad de extensiones llenas de sonidos diferentes, la cortina selvática, fue desapareciendo y la calma de unas olas con sabor a un fragante temblor que se desprende de las lluvias, fueron como una virtud a mi llegada, el encontrar maderos desembocando al mar, procedente de las entrañas de la selva, así redes de pescadores, saludando el mensaje que se deriva de las brisas.
Sentí un repique de jubilo en mi corazón, él haber logrado mi paso por un barrio de amapolas, residentes de una tierra de colores blindados por guardianes nunca imaginados, lagartos que controlan sus dominios bajo la luz de la bendición de nubes y gotas desparramadas en la llanura y en los silencios de la mirada.
Orgulloso deje la luz de la luna, agobiada en la intemperie terrestre, esa donde nunca duerme el encanto de los besos. Le deje como una sola voz en un adiós a las raíces y vientos ardiendo en colores.
Viejos acordeones pero alegres si, dejaban evaporar sus acordes musicales, en los vientos que acarreaban el sonido a cualesquier humano viviendo en la distancia.
Fue ahí... Puerto Obaldía donde por primera vez escuche la paciencia del ballenato y su voz de vino, que a mis oídos traían de las manos, la fiesta y la secreta espuma de los pálidos mulatos.
Esos sonidos les escuche por un momento, les escuche por toda la noche, algo como un acorde a los relámpagos que bailando en esos cielos tropicales; así también admire la luz de la luna, deshilachándose una a una para luego mecerse en el juego de las olas.
He aquí me dije: otra etapa de tu vida, ahora tengo el mar y tengo la selva, necesito un barco para llegar a Cartagena.
Tenia que seguir el ritmo de mi marcha, en mis andanzas por los viejos muelles, encontré un velero que de popa a proa mediría unos 35 metros, era mi transportación recomendada. El mar seria esta vez, donde encontraría la ruta a la mira de mi destino.
Rosalía el nombre del velero al cual llegue preguntando por el Capitán de nombre Juan Antonio. En que puedo ser bueno joven me pregunto? Sabrá Capitán que recién termine mi travesía por la selva, procedo del Departamento del Choco y busco llegar a Cartagena. Claro que si amigo me respondió, yo le llevo ya que llevamos el mismo destino; ahora bien a cambio del transporte nos paga con su ayuda laborando a bordo de la embarcación.
Y que clase de labores serian esas Capitán? Muy sencillo amigo, yo me dedico a la compra de coco, para hacer aceite, así que navego de Cartagena a Obaldía y viceversa, recogiendo el producto que los Indígenas llegan en sus pangas a vendernos en aguas del mar.
Apúnteme Capitán le respondí... Y cuando me di cuenta del navegar de los minutos ahí mismo me encontraba, en la Caribeña costa de Colombia, un mar y un cielo.
Tres días navegamos en ese barco de vela, que con su proa desgarraba en sonidos, cristales que dormían sus fragmentos en las aguas. Su proa enfilaba por diferentes veces hacia la llegada de muchas pangas de Cholos, (Pobladores Indígenas) provenientes de la costa y pequeñas islas con sus cargamentos de cocos, que en cadena de varios hombres guardábamos en la bodega de la embarcación.
No se cuantas perlas verdes de la selva, pasaron por mis manos, manos que ayudaron llevar estos a su rumbo y el mío que era Puerto de Cartagena, lugar donde esos cocos se transformarían en aceite, y cocinar los alimentos que espanten el hambre de gentes de otros pueblos diferentes. Continuara...
Sal Troccoli
El incansable ritmo de las olas tocó a la puerta de la madrugada, sinfonías de pájaros en el concierto de la despedida; ya que era mi partida a un viaje que me bestia con una camisa bordada con hilos de miedo.
Esta vez al despertar, dije adiós a todos aquellos Indígenas, que me permitieron conocer la cuna de sus costumbres, esa que viven y palpitan en los 46,530 Km. cuadrados que adueñan y encierra, las vastas selvas del Choco, en la parte oeste de Colombia y que colinda con las selvas y provincia Panameñas del mismo nombre, el Darien.
Estas regiones son pobladas de miles de especies de animales, que se adaptan a la humedad de largas lluvias tropicales, como extensiones de ríos y pantanos en estas tierras selváticas, paraíso de un majestuoso verde relacionado con todos los colores.
Estas gentes pobladoras de estas regiones fueron aguerridos dueños de la tierra, Cunas y Chocos repelieron la invasión de los conquistadores Españoles en el siglo 17, les hicieron sentir el sabor de la derrota por mas de una vez, ganando de esta manera la libertad única de la selva y mantener el derecho del jaguar, de caminar y dormir como único rey de sus dominios.
En este vasto territorio, algunas de las naciones capitalistas como lo son los Estados Unidos de América, han visto estas tierras con intenciones de ambiciones económicas, ya que por muchos años han vivido con la idea de construir otro canal, que una la inmensidad de los dos océanos Pacifico y Atlántico.
He hecho esta referencia, para que juntos tengamos la idea del lugar donde me encuentro, si abren su mapa de los países de Latino América, encontraran un pequeño lugar en la frontera Panamá Colombia, sobre la costa del pacifico y de nombre Punta Ardita.
Este fue el lugar donde forme el principio pues de mi despedida, ya que voy en busca de descubrir y conocer lo que nunca soné en mi estas bellezas que en el camino de los días, llegara a guardar en los archivos de mi memoria.
Cuanto de camino pregunte a Belén, un indígena famoso por sus travesías en la selva, 9 días de marcha despacio me respondió.
Después de casi once días de permanencia en esa comunidad Indígena Chocos, me alimentaron con un desayuno indescifrable a su sabor, de pescado frito con tortillas de yuca, preparándome un buen lonche para los caminos del destino.
Junto en mi partida se perdieron los cantos de las flautas, esas que bailaban los ojos de culebras y dormilones tecolotes.
Flautas que partían a cerrar los párpados de la selva, a cuidar el encanto de gentes que en su soledad y lejanía no querían ver, ni saber nada con humanos de corbata y pantalones de mezclilla.
El tiempo me dijo partiremos, y en sueños de humo y lentos preparativos organice mi partida, en una panga que empezó a deslizarse en las aguas del Rió Atrato, en un final que serian las costas del Caribe, lugar donde encontraría al Puerto de Obaldía.
En el fluvial camino del Rió Atrato, y su larga extensión de cientos de Kms y un descargue de agua al llegar al mar Caribe, en el Golfo Uraba de 175,000 pies cúbicos de agua por segundo.
Aquí empecé a desplazarme como una hoja navegando su destino, deslizando mis intenciones hacia un futuro, siempre caminando hacia el horizonte, era algo que desde niño ambicionaba a alcanzar, y solo con la intención de mi esperanza, buscaría el posible de conquistarlo. Siendo así que encerrado en esas ideas me acercaba a mi próxima llegada la cual seria Puerto Obaldía, lugar enclavado en la costa Caribeña, donde según supe existen cantos de mulatos, en el ritmo de tambores diferentes.
Y así: después de mi travesía, por esa soledad de extensiones llenas de sonidos diferentes, la cortina selvática, fue desapareciendo y la calma de unas olas con sabor a un fragante temblor que se desprende de las lluvias, fueron como una virtud a mi llegada, el encontrar maderos desembocando al mar, procedente de las entrañas de la selva, así redes de pescadores, saludando el mensaje que se deriva de las brisas.
Sentí un repique de jubilo en mi corazón, él haber logrado mi paso por un barrio de amapolas, residentes de una tierra de colores blindados por guardianes nunca imaginados, lagartos que controlan sus dominios bajo la luz de la bendición de nubes y gotas desparramadas en la llanura y en los silencios de la mirada.
Orgulloso deje la luz de la luna, agobiada en la intemperie terrestre, esa donde nunca duerme el encanto de los besos. Le deje como una sola voz en un adiós a las raíces y vientos ardiendo en colores.
Viejos acordeones pero alegres si, dejaban evaporar sus acordes musicales, en los vientos que acarreaban el sonido a cualesquier humano viviendo en la distancia.
Fue ahí... Puerto Obaldía donde por primera vez escuche la paciencia del ballenato y su voz de vino, que a mis oídos traían de las manos, la fiesta y la secreta espuma de los pálidos mulatos.
Esos sonidos les escuche por un momento, les escuche por toda la noche, algo como un acorde a los relámpagos que bailando en esos cielos tropicales; así también admire la luz de la luna, deshilachándose una a una para luego mecerse en el juego de las olas.
He aquí me dije: otra etapa de tu vida, ahora tengo el mar y tengo la selva, necesito un barco para llegar a Cartagena.
Tenia que seguir el ritmo de mi marcha, en mis andanzas por los viejos muelles, encontré un velero que de popa a proa mediría unos 35 metros, era mi transportación recomendada. El mar seria esta vez, donde encontraría la ruta a la mira de mi destino.
Rosalía el nombre del velero al cual llegue preguntando por el Capitán de nombre Juan Antonio. En que puedo ser bueno joven me pregunto? Sabrá Capitán que recién termine mi travesía por la selva, procedo del Departamento del Choco y busco llegar a Cartagena. Claro que si amigo me respondió, yo le llevo ya que llevamos el mismo destino; ahora bien a cambio del transporte nos paga con su ayuda laborando a bordo de la embarcación.
Y que clase de labores serian esas Capitán? Muy sencillo amigo, yo me dedico a la compra de coco, para hacer aceite, así que navego de Cartagena a Obaldía y viceversa, recogiendo el producto que los Indígenas llegan en sus pangas a vendernos en aguas del mar.
Apúnteme Capitán le respondí... Y cuando me di cuenta del navegar de los minutos ahí mismo me encontraba, en la Caribeña costa de Colombia, un mar y un cielo.
Tres días navegamos en ese barco de vela, que con su proa desgarraba en sonidos, cristales que dormían sus fragmentos en las aguas. Su proa enfilaba por diferentes veces hacia la llegada de muchas pangas de Cholos, (Pobladores Indígenas) provenientes de la costa y pequeñas islas con sus cargamentos de cocos, que en cadena de varios hombres guardábamos en la bodega de la embarcación.
No se cuantas perlas verdes de la selva, pasaron por mis manos, manos que ayudaron llevar estos a su rumbo y el mío que era Puerto de Cartagena, lugar donde esos cocos se transformarían en aceite, y cocinar los alimentos que espanten el hambre de gentes de otros pueblos diferentes. Continuara...
Sal Troccoli
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