domingo, agosto 17, 2008

Emigre Por Los Caminos De La Vida. Parte 4


From Arizona en “Voces del Sur” llega el sudor en canto de arados, la voz de mujeres y hombres de maíz, así la luz de las lechugas, son gentes que emergen del trigo.

Esmeralda: el nombre del barco pesquero en que partí esa tarde de la ciudad de Panamá, Yo era un encargo de otro Capitán, como quien dice viajaba con pasaje de recomendado, esa clase de tiquetes es algo muy especial, ya que le tratan a uno de una manera maravillosa y que nunca se podrá olvidar, mi destino esta vez, el rumbo a las fronteras Colombianas, allá donde me esperaban las selvas Del Darién, Panamá lado, como así las mismas pero con nombre Del Choco en las tierras Colombianas.


Navegue llevando la nostalgia, como respirando los vientos de un pasado hasta el momento encantador; vientos que les sentía navegando en la popa del barco, así mis ilusiones encaramadas en la proa, como adivinado aquellos territorios durmiendo en la intemperie de la vida. La verdad de mis sueños me dije, vive aquí en mi esperanza y entonces respire profundo, esperando recibir todas aquellas sorpresas que en los caminos de la vida me esperaban.

Navegamos toda la noche, tiempo en que casi no pude reconciliar mi sueno con aquellas inesperadas bienvenidas que esperaban mi llegada, a unas playas de tierra desconocidas, una lluvia de despertares y ojos como faroles tratando de alumbrar los despertares, esos que todavía no conozco y que vienen de las miradas de aquellos pobladores de esas regiones. Fue así pues que el crepúsculo de la partida de la tarde del siguiente día, abrió su puerta en el oeste de la mirada, los colores empezaron a pintar reflejos en el mar y así también el saludo de palmeras, que ya no muy lejos esperaban que arribara, de la mano con el silbido sigiloso de los vientos.

Total después de decir hasta siempre a la tripulación del Esmeralda, acompañado de la fraternidad de muchos abrazos y el escuchar las palabras llenas de consejos, como las mismas bendiciones que pedían al supremo Ser de Universo, para que siempre cuidara mi camino; desembarque, luego coloque mis ojos en la tierra y camine las pocas millas de playa que me quedaban, para cruzar la frontera y así llegar a Punta Ardita, primer Aldea Colombiana que me dio una sonrisa a mi llegada.

Era la puerta si de esa inmensidad nunca imaginada, al fin ahí me encontraba solo y viendo la llegada esa que palpita en el eructo de volcanes, esos que solos se levantan como humanos rebeldes, a lo largo de la cordillera de los Andes.

Total mi decisión fue, y así me dije: parte hacia un camino donde el verde sea tu vereda, que te enseñe la ruta esa que te ayude a buscar los caminos que te lleven a las selvas del Choco. Llegaras a un pasado donde se esconde el silencio que adorna las melodías de la selva.

Empecé a ser mirado y escudriñado por diferentes ojos, de cuerpos casi desnudos y cabellos largos como corona hasta el cuello, vestían una especie de taparrabos y una fija mirada llena de preguntas, yo a mi paso solo respondía con el respeto de una sonrisa.

Ahí mismo el momento de mi llegada recordé aquella ciudad Panameña de nombre Chepo, siempre fue la ultima ciudad en aquel tiempo de esa república, en que algunas veces visite: fui como a ver la manera en que lucia la entrada a la selva, le encontré sola, ante al antesala de las incógnitas del Darién, hermanas junglas con las mismas de Colombia, que alguien un día viniera desde lejos a poner una frontera y separar el encanto de los silencios, esos que adornan las vidas de aquellos que respiran, y duermen los momentos perdidos en las verdes lluvias de lo verde.

Total aquí viene el alma de mi aventura, lo más bellos relatos que quizás guarde en lo que me toca de camino, estos empezar a guardarles en mi morral con ecos y sonidos, diciéndonos de esta manera: Lo repito lo sé, siendo de esta manera como me introduje en el canto de la jungla, quería vivir con la soledad de las sinfonías de la Montana. Sentarme ante los ojos de Indígenas Chocos, habitantes de esa región en lo lejos del Golfo de San Miguel, allá en las costas del mar Pacifico. Océano que al compás del vuelo de las gaviotas, bañan las costas de una frontera extraña a los fusiles, y a todas aquellas heridas taladradas en los humanos que pablan las ciudades.

Cierto miedo apareció en cada una de mis ilusiones, ya que en el camino de los días arribaría a algún lugar completamente desconocido en las planificaciones de mi vida. Dos sociedades indígenas de nombre Cunas y Chocos, serian donde mi vida se hospedaría en un hotel de palmas y vientos, un paraíso turístico que solo gaviotas y lluvias visitan como turistas, solas propietarias de las olas y los encantos de la tierra, cuando las danzas de cocales, que balanceándose se aparecían inundando la imagen de un selvático momento, ante mi, fue llegando como reflejos pintados, en el blanco cristalino de las olas; segundos reflejaban los peces en sus brincos, asemejando cabellos de relámpagos, sé aparecían en las aguas de pangas y cayucos que navegaban indígenas Chocos, marineros pescadores que pescaban el alimento para cada uno de los hijos de su pueblo, allá en una aldea de nombre Punta Ardita en la frontera Colombia Panamá.

Al fin me dije, puse mis pies en una bella tierra desconocida, solo entonces fui introduciéndome en túneles de bejucos y verdes hojas, iluminando el sentido de los colores, que como metales azufrados se lucían, ante los ojos vigilantes de pobladores desnudos, hombres una mayúscula que emigra del silencio.

Mi curiosidad empezó a vivir de abajo para arriba, cada germen que se extendía como un solo grito de la selva, y cantos de chicharras empezaron a poblar mis oídos de sonidos, al tiempo que muchas cobrizas manos de sangre no derribadas, se estrecharon con las mías; el correr de los Ríos Catio, y San José empezaron a ser parte de mi presencia, el Rió Mogue también me invito a conocer la extensión de su inevitada jungla, me abrió la luz de encinos nocturnales, anclados les encontré en pantanos cantando a las estrellas, y en mesas de bambú, me invitaron a gozar del amor de sus costumbres, la cortesía de su simpatía en gestos comprendidos me dijeron: Te invitamos a comer la delicia de pechuga de iguana, yuca y arroz con manteca de coco, bananos verdes asados servían de pan o de tortilla.

Manjares que fueron ofrecidos en el abierto de una foresta mestizada del único verde esplendor de las hojas y desconocidas riquezas, absoluta y única propiedad de esos hombres y mujeres, musgos de la selva.

Día a día empecé a conocer la música de sus idiomas como son el Aimara, Chibcha, Caribe, Yurumangui, Arawak, Tupy, Quechua, y Guaraní. Todo esto me sabía como a miles de semillas derramadas en la longitud de un mundo desconocido. Este fue un mundo lejos de cristianismos y sus cielos, nacía en mí, estas maravillas como flores en ramos, y palomas lejos de atrios y campanas en el caminar de mis recuerdos. No existió ninguna mañana en que pueda decir que conocí él frió, porque cuando él rió Atrato y su permanencia de aguas tropicales me dejo bañar mis alegrías, sentí el amor y la flor de una pura vida, sencilla siempre arrullada por el canto de urracas y alegres guacamayas; Admire el levantarse de los colores, observe el libre salto de monos, orangutanes y alegres chimpancés, en la inmensidad de árboles extendidas hacia los vientos y vi, escuche el tun, tun de los tambores en un alegre vivir del día. –Continuara...

Sal Troccoli


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