viernes, septiembre 05, 2008

Emigre Por Los Caminos De la Vida. Parte 6



From Arizona en “Voces del Sur” llega el sudor en canto de arados, la voz de mujeres y hombres de maíz, así la luz de las lechugas, son gentes que emergen del trigo.


Total otra parte de mi faena vagabunda empezo, serian tres días que tendría que estar navegando en la delicia del Caribe, un mar que habría las cortinas al paso de mi nueva jornada, mi destino esta vez se enfilaba a la primera ciudad grande que pisaría yo en la puerta de un continente del sur, esta patria era Colombia. Cartagena de Indias le llaman, un espacio más de tierra, de gentes y cuantas cosas diferentes esperando la llegada de mi mirada. Mi presencia inesperada, quizás otros ser más que pasa como cualesquier retazo de algo navegando en los vientos. Siendo así que aquella madrugada que de Puerto Obaldía partí, ya en aguas pintando olas reflejos de plata Caribeñas, una luz que me indicaba que ya pronto llegaría a tierra firme, lugar con aliento a libertador, con aliento a Simón Bolivar. Sera me pregunte que ya aquí empiece a conocer el amanecer de la libertad, que deja una huella que en los libros llaman democracia, será volví a preguntarme.


Desperté de mis pensamientos cuanto empecé a sentir el bote, como una hamaca que mecía el vaivén de los minutos; el sol empezaba a dejar su luz reflejada en los vuelos de gaviotas, que durmiendo sus alas volaban en el espejo de los vientos.


Nunca soné encontrar esa larga hilera de cocales por miles de miles, verdes soldados cuidando la existencia del mar. Verdes siluetas que como centinelas resguardaban el bello desnudo de playas, una libertad meneándose en las arenas. Y yo gozando de la belleza que regada se enseñaba en mi camino, verdes diferentes que solo en la naturaleza abierta podía encontrar y que mejor que guardar en el archivo de mis ojos, un ayer que mañana llenaría el mundo de mi alma de recuerdos.


Mi trabajo fue el pasaje en el barco coquero Colombiano, así lo pague trabajando con la tripulación en la tarea naviera y esa era la siguiente: Ahí en el meneo de las olas, conocí al aborigen de la costa en el Caribe Colombiano, conocí el color del mulato, fue cuando mi alegría y cariño se lo di al momento de mis labores compartidas, cargando cocos sonreímos y hablamos, les salude cuando sus mujeres, sus niños algunos con mocos de resfríos legendarios, mas los adultos en un solo brazo nos tiraban los cientos de cocos de sus pangas, a las manos nuestras que en cadena les hacíamos llegar hasta la bodega inmensa de la embarcación, fue bello ver aquel barco navegando, son sus velas remando los vientos, cuando en ese mismo no lo permitía, dejando así el descanso de un viejo motor que de vez en cuando dejaba su ronquido, bañándose esas azules aguas del Caribe.


Mis manos conquistaron la llegada de callos, ya que miles de cocos que pasaron por ellas, dejaron un recuerdo verde pintado con el verde de las selvas. Mi primera experiencia algo que formo una cadena de recuerdos, estos fueron sombras y espacios en la independencia de mi vida, vivir en la libertad del tiempo y el navegar de los aquellos desnudos momentos, conquistados en las rutas del camino.


Y fue así: si en la extensión de las horas marinas, que surcaban días para en ellos alcanzar el espacio de mi destino temporario, ahí: en ese navegar donde en silencios, nostalgias, y pensamientos abiertos, recogí los murmullos de la estela que el navío dejaba atrás, pintado un adiós lejano de mi regreso, miraba esperando el ensueño estrellado de la noche, que con la luz de estrellas, pintara el rumbo de mi jornada ya trazada en la esperanza de mi intención aventurera, yo quería que mi memoria fuera quedando como abrazada, en las brisas de ese encanto nocturno lleno de palabras marinas...

El trabajo era llenar las bodegas de cocos, miles de cocos los cuales serian llevados a lugares especiales donde los procesarían para extraer el buen aceite, apetecido en los platos de cocina en estas regiones del Caribe. Tres días que silbaron telegramas de adioses, llegaban de palmeras desenfrenando el infortunio de solo poder gozar el lapso de esos días, ya que la pobreza de mi tiempo, me obligaba a buscar las huellas que marcarían los pasos de mi marcha hacia una lejanía todavía para mi desconocida.


El despertar fue al ritmo mismo de esas oceánicas olas reventando en las viejas murallas de antiguas fortalezas Españolas, enclavadas en la vieja bahía de Cartagena: de repente se apareció ante mis ojos el viejo fuerte de San Felipe de Barajas como un solo centinela.
apareció en la historia del ermitaño, el mismo que aduena por historia la propiedad de adornar la bienvenida a los aquellos que navegan su llegada al puerto de historia y sangre en la puerta de esta que en mi mente se pinta como la hermosa y bella Sur America.


Cartagena no sé si apareció dándome la bienvenida, o posiblemente haciéndome ver la existencia de su presencia; esa presencia sola y tendida en la Península que adorna la Isla de Getsemaní y así enseñándome la extensión que bestia a través de sus islas de Manzanillo, Manga y la expansión de tierra firme en el Cerro de la Popa, lugar que como rostro enseñaba las cúpulas de sus cuatro centenarios en la iglesia de San Pedro Claver construida por el ano de 1,603.


Vi hacia el viento, para ver si podía tocar, ver, escuchar algo de esos lugares donde el turno me decía: ya te toca llegar, es tu tiempo en que té presentes ante lo desconocido y encontrar ahí una primavera de esperanzas. Una sí: que llene de paisajes los pueblos de soledad, que hasta ahora resbalan en la intención de mi mirada, en la intención de mis deseos, esos que radican en la extensión del realismo que vive en los vapores de aguas, húmedas, errantes que caminan de mi mano en los claros de los tiempos, que solos duermen y me esperan en el camino.


Desde el mar el sol ilumino las calles y callejones, caminos diferentes de mi próximo viajar, procedí en un estrechar de manos, a decir adiós al capitán Ezequiel y a los otros 9 lobos de mar que fueron mis hermanos, hombres que me contaron muchas historias del océano, me hablaron de los vientos que siguen el camino de las estrellas, me hablaron de los aretes de la luna, que como un sola miel siempre endulza sus nocturnas travesías en el silencio de las horas, y la música de las marítimas olas, en un abrazo nos dijimos no adiós; si no que será, hasta que el destino algún día, nos entregue el sabor de la alegría de que los ojos abramos, y ahí buscar de derecho de que nuestras manos, puedan ser la única respiración que alguna vez, aparezca en el oleaje de nuestros destinos.


Las primeras piedras de la calle me saludaron, bienvenido dijeron, esta es Cartagena de Indias, puerto de Colombia que esperamos dejes él frió de la selva, y te recojas en estas diminutas márgenes de las tierras Sur Americanas, la luz que ilumine los senderos de tu marcha en las tierras de Bolívar. Como así a lo lejos del sur encontraras otras tierras donde vive y existe el nombre de San Martín. Puta Madre me dije, esto sí es de ahora en adelante otro mundo diferente.


No se pero levante mis ojos hacia el azul del cielo Colombiano, se que alla en la lejanía del espacio, encomendé mi voz que caminando salió como manto nocturno en palabras de mi mente, nomás diciendo en tus manos señor dejo la esperanza que alimenta mis anhelos, de poder caminar con la luz del amor y vientos de paz, en esa huella que me dirá: Estos son los caminos que llevan a Tierra del Fuego. Continuara...

Sal Troccoli

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